Vladivideos: evento mediático y ritualización del poder

María José Montoya

El 14 de setiembre del año 2000, la publicación de una grabación que mostraba al ex-congresista Alberto Kouri recibiendo dinero del asesor presidencial Valdimiro Montesinos fue la cresta de la ola que desencadenó el fin de la dictadura Fujimorista. El video fue hecho público por primera vez en una conferencia de prensa en el Hotel Bolívar, convocada por miembros del Frente Independiente Moralizador (FIM), entre ellos, Fernando Olivera. Éste había sido filtrado y obtenido por un precio de 100,000 dólares. La grabación fue transmitida posteriormente en el canal de cable “Canal N”, en proyección simultánea con la que se realizaba en el Congreso. Kouri, recibiendo 15, 000 dólares en efectivo, evidenciaba la razón de su reciente adhesión a la bancada fujimorista. En términos sencillos, había sido comprado por el régimen en ejercicio.

En primer lugar, se pretende analizar el fenómeno a partir del postulado de Couldry sobre los  “media events”, vistos como eventos sociales de gran escala que son focalizados por los medios, que conectan acciones a través de múltiples lugares y de acuerdo a un marco de acción que está ligado a un evento central que es transmitido . Estos son, además, construcciones (y no expresiones) del orden social, procesos que no solo construyen nuestra noción de “centro social”, sino también la relación privilegiada de los medios con ese “centro”. Estos revelan la construcción mítica del centro mediatizado (Couldry 2003: 56, 60).

El mito del centro genera la idea de su existencia como verdadera y natural, que debemos valorar como el centro de nuestro modo de vida, de nuestros valores. Asimismo, el mito del centro mediatizado considera que los medios tienen una relación privilegiada con ese centro, con un sistema centralizado de producción simbólica cuyo rol natural es representarlo o enmarcarlo. Frente a este supuesto de la existencia de un centro que articula a la sociedad, es necesario explicar por qué este mito persiste y cómo se conecta con una legitimación mayor del poder de los medios. Asimismo, Couldry introduce el concepto de “naming” para conectar a la noción un poco difusa del “mito del centro” con el ejercicio de poder y violencia simbólicos. Citando a Melluci, describe que en la sociedad moderna nuestras vidas están organizadas alrededor de una forma problemática de consenso, donde nos encontramos en un conflicto sobre la producción de información y recursos simbólicos. Respecto a los medios y a su dominación, esta se expresa en la exclusión del poder de nombrar (“the exclusion from the power of naming”) ( 2003: 42, 46).

En el caso del vladivideo de Kouri, nos encontramos con la disrupción de la idea del centro y del centro mediatizado. Cabe mencionar el contexto de control y represión de los medios de comunicación como política de Estado en el que se inscribió la difusión de este video. De esta manera, la relación estrecha entre el “centro” (político) y los medios a través del ejercicio de violencia y poder simbólicos que naturalizaban el estado de la prensa chicha y la baja calidad de la televsión nacional  como “habituales” estaba evidenciada, y el evento mediático pudo desentrañar estas construcciones. El vladivideo fue difundido por un partido de oposición y luego, por un canal de cable (fuera de la relación de mediatización del centro “habitual”) y generó la sensación de inminencia de la caída del régimen. De esta forma, la idea de centro social no es la que genera la posible cohesión de un colectivo de acuerdo a determinados valores (esta es una de las acepciones que toma Couldry de la función del ritual), sino su desmantelamiento y la reunión alrededor de un evento mediatizado.

Por otro lado, analizar el caso propuesto a partir planteamiento teórico de Balandier enriquece la configuración performativa y teatralizada del poder que podría estar contribuyendo a la configuración de la noción de “centro”. El autor parte del término “teatrocracia” para describir el “asiento teatral de todas y cada una de las manifestaciones de la existencia social [y el] cotidiano tributo que deben pagar los actores políticos a la teatralidad” (1994: 15), Balandier toma “la transposición, por la producción de imágenes, por la manipulación de símbolos y su ordenamiento en un cuadro ceremonial” como mecanismo para sostener el poder, en lugar de la dominación brutal o la sola justificación racional. (1994: 19). De esta manera, la teatralidad política representa a la sociedad gobernada, “se muestra como emanación suya, le garantiza una presencia ante el exterior, le devuelve a la sociedad una imagen de sí idealizada y aceptable” (1994: 23). Esta imagen del régimen es fabricada para el gobernante dentro de una relación jerárquica con los gobernados, y la jerarquización y el ejercicio extremo de la palabra política no se transmiten directamente, sino a través de un intermediario. De esta forma, los gobernantes se inscriben en un ámbito del secreto, donde no todo es revelado a los gobernados (1994: 29).

La naturaleza de esta relación política cobra otro sentido con respecto a la mass-media. Las imágenes pueden ahora fabricarse en gran número, con ocasión de acontecimientos o circunstancias que ya no tienen por qué presentar un carácter excepcional. Esta cotidianidad rompe con el halo de secreto antes mencionado y rompe con lo oculto a los gobernados. Es en este contexto, además, que la empresa política se nutre del acontecimiento, que es el motor de las dramatizaciones que la constituyen y sostienen. El poder, de esta manera,  se mantiene ahí donde está la imagen, de la que se está siempre tentado de obtener su control, si no su monopolio (1994: 118, 127). Balandier menciona como particularidad de los regímenes totalitarios, la tendencia a la eliminación de zonas abiertas de disidencia al régimen hegemónico, y al mismo tiempo, lo visible adquiere una alta intensidad dramática “ya sea en su valor ejemplarizante, ya sea en su eficacia subversiva”. (Balandier 1994: 127).

Respecto a estos postulados, el vladivideo de Kouri puede ser visto bajo dos ópticas: desde la teatralidad y la ritualización que elabora Montesinos en el segmento grabado y el manejo de la imagen como potencial elemento de chantaje para ejercer coerción y, por otro lado, desde el montaje previo que implantó el régimen fujimorista a través de los medios controlados para ocultar toda disidencia, para preservar y manejar la imagen y, en consecuencia, el poder. Respecto a Montesinos, se encuentran rasgos identificables de la ritualización y del drama montado: Cita a Kouri en un lugar íntimo sobre el cual él tiene total manejo, él dispone la dinámica de entrega del dinero, hace que espere a su llegada, lo incita a pronunciar y a reiterar la cifra a recibir. Finalmente, obtiene una serie de imágenes de las que puede hacer uso (en el sentido más laxo de la palabra “imagen”). Asimismo, Montesinos contribuye a la construcción de la imagen de Fujimori al ser él el intermediario que ejerce la labor “política” dentro de un sistema oculto de redes de corrupción. Por otro lado, el régimen Fujimorista se sostiene, como se mencionó anteriormente, a partir de mensajes constantes y administrados estratégicamente que niegan la inestabilidad de la situación. Luego de la difusión del vladivideo, Fujimori presenta un mensaje a la nación en el cual recorta su tercer mandato, anuncia un nuevo proceso electoral y ordena la desactivación del servicio de inteligencia (Bowen y Holligan 2003: 432). Este último manejo de los medios, a pesar de marcar el fin de un gobierno, ilustra una nueva puesta en escena para atenuar el escándalo previo: Hay un deslinde implícito del vladivideo, una persistencia en preservar el manejo de la imagen.

Sin embargo, es necesario mencionar el carácter subversivo de la filtración de esta grabación en los medios locales. A través del control mediático-teatralizado de Fujimori opuesto a las disidencias se contribuyó a la creación la idea de un centro “habitual” (que se quizo preservar hasta las últimas consecuencias). Este centralidad y la mediatización evidente de las mismas se vio contradicha por una exposición de la construcción de la misma (a su vez ritual) a través de redes de corrupción. No obstante, aún queda cuestionar en qué medida las imágenes expuestas en Canal N, a partir de otro partido oficial (FIM) persisten dentro de ese centro, dentro del juego político que pone en escena las tensiones, que se inscribe dentro de un régimen de evidenciar lo “verdadero”, de nombrar la realidad de un gobierno. De esta manera, estos videos (escenas ritualizadas) son re-apropiados y reproducidos por otros actores según sus propios intereses y propósitos, generando nuevos usos para una redistribución del poder (encontrando en los videos la posibilidad de contestación y/o establecer un contrapoder). La ruptura de la ilusión de la idea del centro se realiza a través de los mismos mecanismos con los que fue creado. Sin embargo, el propósito es distinto. Queda preguntarse si mediante esta reproducción se construye un nuevo centro mediatizado.


BIBLIOGRAFÍA

BALANDIER, Georges

1994              El Poder en escenas. Primera edición. Barcelona: Paidós

BOWEN, Sally y Jane HOLLIGAN

2003              El espía imperfecto: la telaraña siniestra de Vladimiro Montesinos. Lima: Peisa

COULDRY, Nick

2003            Media rituals: A critical approach. Primera edición. London: Routledge

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